Tierra de nadie, 12 de octubre del 1492
Querida Reina:
Espero que la gracia de Dios esté con ustedes, pues a nosotros parece nos ha abandonado. Supongo que es el día sesenta de la misión, eso significa que esta nave, mi nave, ya ha sobrepasado el tiempo estimado en el que yo dije encontraríamos tierra cuando me presenté frente a usted; y cuando usted, benevolente, me dio su bendición.
Lamentablemente, el barco se hunde, y con eso se hunde todo lo que alguna vez me perteneció: mis tesoros, mis mapas, mis cartas, mi tripulación, mi querida tripulación, y mi propia vida. Agradezco inmensamente que algunos de mis hombres han podido salvarse, pues ellos, por órdenes de su majestad, decidieron esperarme en tierra firme para otra embarcación. Nunca zarparon en este último viaje, hoy no morirán. Y con razón se quedaron en tierra…
Los que sucumbieron hoy aquí, en días postreros, me avisaron de mal agüero. Esta mar, su majestad sabrá, es inexplorada por una razón. Nunca han vuelto los navíos que se atreven entrar a ella. Ellos, como buenos marinos, sabían de estas leyendas. Y cuando empezaron a aparecer esas cosas, se aterraron. Ya sabían del final. En repetidas ocasiones me hablaron de una aparición, una sombra envuelta en mil tentáculos que los acechaba con cada paso que daban. Me decían, casi implorándome en los últimos días, larguémonos de estas aguas, Capitán, estas ya no son para los mortales… Debí escucharlos, yo, el capitán, antepuse mi orgullo, el orgullo de nuestra querida nación, sobre la vida de mis hombres. Ahora pago el precio.
Se lo que viene para mí. No la muerte, pues descansa el que no comete pecado. Yo, que los llevé a la muerte, yo, que no encontré tierra, yo, que no conquisté para su majestad la mar. Yo no merezco morir. Sino vagar eternamente en el infierno de estas aguas profundas llevando a cuesta la vida de mis hombres, sus ideas, sus sentires, sus memorias. Estas ahora son mi hogar.
Su real alteza, no envíe otra tripulación a este lugar. Este no es para ser conquistado y nunca lo será.
Me despido para siempre de todos. Suyo, (Un nombre ilegible)